Imán de malentendidos problemáticos



Dada la buena cantidad de energía disponible y la actividad permanente, mi pequeño tiene propensión a encontrarse con otros símiles energéticos. Y ahí vienen los malentendidos.

-Fue mi amigo el que me lanzó una roca que me llegó a la cara y me dejó un raspón.
-Pero el inspector dice que ambos se quedan jugando y pateando piedras- le replico.
-Bueno, sí es cierto que yo comencé a patear unas piedras, pero solo unas chiquitas y solo para donde no había nadie.
Eso en hora de salida.

Pero en clases también hay malentendidos, porque según dice, son sus amigos los que cogen sus lápices, colores y otros materiales.

Solo que uno de los profesores ya me advirtió que evite darle materiales con figuras porque, como ejemplo nada más, se pasa deslizando en el aire esos avioncitos amarillos y azules de borrador que me hizo comprar en la papelería.

La advertencia de no llevar juguetes tampoco es muy oída, aunque la profesora ya le ha quitado algunos de esos muñecos; no siempre es fácil bolsiquearle para evitar que se lleve escondidos esos juguetes chiquitos, más por el tiempo justo con que vamos al colegio. Al regreso, las quejas de la pérdida o rompimiento de los muñecos, son las delatoras. No se deja esperar el “te juro que yo no fui”, “no fue mi culpa”, “son mis compañeros”.

Facilismo eso de echar la culpa al otro, con el afán de deslindarse de los problemas; aquí hay labor, y no solo de predicamento sino de ejemplo. 

Hacerse responsable de sus acciones y de sus consecuencias le corresponde a cada uno, aceptar el “me equivoqué”, es dejar de buscar excusas en la mala suerte, el clima, el otro…

Y no es una fórmula mágica, pero bien puede valer poner en práctica ciertas acciones. 
El primer paso: aceptar los errores, ser sinceros con uno mismo para después serlo con las otras personas.
Después, aprender. Asumir los errores no solo permite crecer como personas sino también entender a los otros cuando les pase lo mismo.
Reflexionar, considerar que equivocarse no significa valer menos. Cuando realizamos una acción que conlleva un resultado no deseado, es más positivo mirar hacia dentro que buscar culpables fuera. El reconocimiento de esos errores nos lleva a enfrentarnos a ellos y superarlos. Algo así como para el buen católico sería acto de contricción, arrepentimiento y propósito de enmienda.

Y... pedir perdón o disculparse, sobre todo cuando se llegó a afectar a otra persona. Una sincera disculpa hace tanto bien al que la da como al que la recibe. 

Lo bueno de este cuento es que estoy hablando de niños, y cuando existe ese afán de seguir siendo amigos, de seguir contando con compinches con quienes jugar y hacer algunas travesuras, hay disculpas y abrazos sinceros.



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