Entre juego e infringimiento de dolor, cuando éramos niños,
¿quién no ha aplicado un poco más de presión a la torre de mano sobre mano que
se suspende con la sujeción de la piel entre el pulgar y el índice?; o ¿quién
se ha escapado del entusiasmo de la abuela o de sus amigas cuando atrapan algún
regordete cachete infantil?
Hay pellizcos de juego, hay pellizcos de picardía, hay
pellizcos que relajan, otros que despiertan, y hasta unos culinarios que
aparecen en ciertas “recetas”; lo cierto es que esa presión de la piel es un
estímulo nervioso que puede ser agradable tanto como desagradable; todo depende
de la propia sensibilidad y de cómo se lo acepte.
María Beatriz Vergara en su ya clásica puesta en escena de la experiencia de “Ser mamá o morir en el intento”, se declara abiertamente a favor del pellizco, a saber, con este mecanismo logró moderar –en algo o al menos desestresarse un poco- a un infante que se retuerce y a veces deja en serios aprietos a la madre que no sabe cómo proceder de buena manera con su crío.
Este pezquillo es diferente porque sabe a travesura, y hasta suena diferente, más divertido sin duda. Me costó
un par de segundos entender el “pezquíllame” solicitado por un inquieto de cabello
que de a poco va perdiendo sus ondulaciones.
Ríe con gana a cada pezquillo que le propino, porque sabe que es un juego, porque nos entretenemos un rato y nos divertimos.
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