“no trabaja en
clases, no acata las reglas de la actividad”
“no sigue
instrucciones”
“no realiza nada”
Unos alumnos que acatan reglas sin chistar, que permanecen sentados en sus bancas de inicio a fin de la jornada, parece ser el ideal de algunos maestros actuales.
Que no se distraigan, y que no tengan opiniones dispares,
Que no hagan cosas diferentes,
Que no pinten el dibujo de otros colores,
Que no se levanten de la silla,
Que no…
Normas que refrenan el desarrollo
personal, que quieren convertir a todos en una masa informe para sacar
moldeados, al puro estilo del famoso tema “The Wall” de Pink Floyd.
Esas largas jornadas laborales en
las que, de igual manera, casi no permiten levantarse de la silla, son
extenuantes para unos adultos que ya tenemos tanta actividad física como unos pequeños
que tienen especial predilección por explorar su entorno, y esto no se logra
estando sentado.
Aprender en condiciones rígidas se
vuelve tedioso, por decir lo menos, y es hasta casi inexplicable que se realice
de esta manera, cuando en la actualidad se han desarrollado tantos estudios de
modernas pedagogías, que Montessori, que Waldorf, que Steiner; existen tantas teorías de inteligencias emocionales y
múltiples, de aprendizajes mediados por infinidad de recursos, para seguir con
una concepción tesuda de la educación.
Tener una educación personalizada,
se traduce en altos costos, y en ocasiones ni esto garantiza una educación que
comprenda que cada niño tiene su propia forma de aprender.
Cada persona es un universo, y no
solo de aprendizaje sino también de emociones, conductas, debilidades. Gran
reto de los educadores, que una sola aula tienen una colección de estas
diversidades.
¿Difícil enseñar en estas
condiciones? Sí, por supuesto, pero no es motivo ni justificación para imponer
unos métodos del todo limitantes. Los maestros, como todos, tenemos imaginación, aptitudes, habilidades, creatividad, iniciativa, y hasta lo que suelen decir que les caracteriza: vocación y mística.
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