¿Por qué nos empeñamos en ser más altos?



Si pienso en la antigüedad, posiblemente ser alto nos aseguraría alcanzar los frutos mejores frutos, cuando se trate de aprovisionarse de lo que daba la naturaleza con esto se tendría una ventaja entre los que tenga una estatura baja, a pesar de todo sería una ventaja momentánea porque característica es la inteligencia de aquel ser que superó a los del reino animal, y la bastaría una invención pequeña para llegar a cualquier lugar por inalcanzable que parezca.

Fue lo primero que se me ocurrió, porque ser más alto no significa ser más fuerte o estar reciamente formado, hasta hay un problema de equilibrio, porque mientras más alto sea un cuerpo más instabilidad presenta, porque su superficie de sustentación es apenas de dos pies por grande que alcance a ser la talla plantar.

Nuestros ancestros americanos, si algo recuerdo de las narraciones que se atribuyen a Colón cuando llegó a América, sobre sus pobladores fue su contextura y fortaleza, su piel bronceada, su estatura, y si hacemos cuenta del mestizaje del que somos parte, algo de esa herencia nos habrá llegado. O será que ponemos poner algo más que distancia de por medio a este legado.

Ahora que se han dado por promocionar la famosa hormona del crecimiento, porque actualmente ya se puede detectar numéricamente cuándo se ha estancado o cuándo no funciona, y los padres que estamos preocupados porque nuestros hijos se hagan altos incurrimos incluso en gastos exagerados en logar el cometido. Como se diría, “el que quiere de celeste aunque le cueste”.

Y no solo a los padres les cuesta, los pequeños también tienen su cuenta con dolores óseos, musculares, articulares y otros más, porque toda medicina puede causar efectos secundario; aunque cada vez son más seguras las medicinas y los tratamientos, pero no dejan de ser sustancias que alteran ciertas condiciones en el organismo y cómo reaccione cada uno deja de ser una certeza.
Todo por encajar dentro de la normalidad, de esas curvas de crecimiento con sus cuatriles y percentiles que nos llevan a tomar decisiones que afectarán algo más que los bolsillos. ¿Será el beneficio al menos proporcional a la inversión?

La humanidad va dejando muestras que cada generación supera en altura a sus progenitores, al menos en su mayoría; de ser así llegará el día en que todos sean gigantes. En algunos lugares algo más lejanos a nuestra Suramérica, ya se evidencian alturas que para nuestro medio no dejan de parecernos absurdas. Las famosas “misses” son un claro ejemplo de esto.

Una noticia publicada en el portal de la BBC, señala que “La altura promedio en países industrializados ha aumentado unos 10 cm. Pero en los últimos 150 años, son los holandeses los que van a la cabecera. Actualmente, los hombres miden alrededor de 1,88 cms y las mujeres 1,70 cm. Ambas medidas representan un incremento de 20 cm al compararse con la altura de sus coterráneos en el siglo XIX”.

Ahora que en nuestra realidad mestiza, según un estudio realizado por el Imperial College of London y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 100 años (1896 y 1996), los varones de Ecuador han aumentado 11,5 cm pasaron de 155,6 a 167,1 cm. En los mismos 100 años, las ecuatorianas crecieron un promedio de 11,2 cm pasaron de una talla de 143 a 154,2 cm.

La deficiencia de la hormona del crecimiento parece ser una moda y costosa, y de tratamiento elitista; pero el tomar con seriedad lo que puede impactar, y no solo es el aumento de altura de una persona, es algo complejo; porque ser alto también es complicado.

Estamos en una sociedad en que todo lo que se sale de los cánones percibidos como normalidad no es bueno. Ser más alto asegurará tener más probabilidades de éxito, me cuestiono. ¿Vale la pena cambiar la condición natural que se nos ha otorgado?

La respuesta está en cada uno.

Pero solo por previsión ayer alquien estaba midiendo a mis chicos mientras estaban dormidos.

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