Cuestión de 15 minutos para que chico Nico se quede quieto,
solo que fueron otros 15 minutos los del efecto; después todo a la normalidad,
a ese despliegue energético que nos tiene acostumbrados.
Por unos instantes pude dejar de seguirle y de pedirle que
me de la mano, sin chistar se tomó de la mano y caminaba, digo
ca-mi-na-ba, con asombro, porque casi siempre va corriendo.
Solito se hizo la maldad, diría, en su afán de escudriñar
los secretos de la mansión embrujada que de entrada tenía libros que se salían
de sus lugares mientras él los empujaba para que volvieran a su sitio, o las
teclas de un piano que no dejaban de incentivarle a descubrir más. Posiblemente
este afán se dio porque fue a plena luz del día, porque lo que vino después
estuvo rodeado de algunas sombras.
Vale decir que la entrada no estaba vetada a su edad de niño
grande por lo que nos embarcamos en el carrito de las sillas que nos dio un
paseo al interior de la mansión. Para ahuyentar un poco el temor que iba
ganando terreno en mi travieso, se trató de dejar al descubierto las tretas
empleadas para los espeluznantes efectos.
“Es solo un proyector, ¿sí ves la luz que sale?,”, “Solo es
un muñeco”, y así por el estilo. ¿El resultado? Mi pequeño travieso quieto a la
salida, el tiempo que duró la travesía terrorífica fue el mismo que le duró
esta quietud una vez fuera de la mansión.
Ahora que le recordamos su grata experiencia, sonríe y dice
que pasó porque “no tenía experiencia con estas cosas”.
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