Nada más fácil para “hacerse el quite” que echar a otro
la responsabilidad de una decisión, que lo sabemos, deberíamos tomarla nosotros
mismos. Así, si algo sale mal, tenemos la facultad de echarle la culpa al otro,
porque no fui yo, sino el que dijo lo que debemos hacer el que se equivocó.
En algo tan sencillo como decidir ir un cumpleaños,
porque mis pequeños no se pierden una invitación, más si es ir a esos nuevos
sitios donde la diversión está garantizada. Realmente debe ser así, porque la
mayoría de compañeritos de clase no se pierden estas invitaciones.
Coincidió la fecha de
una presentación familiar y una invitación a estos lugares de ‘happy’ y
de ‘joy’ a mi Vale, quien no demoró en preguntarle al ñaño a dónde prefería ir,
la respuesta era evidente y la Vale tenía quien le dio decidiendo, porque
estaba segura que así sería. Sabía que dejarle decidir al ñaño representaba el
menor riesgo. Solo hay un detalle en este caso, la invitada es ella y no el
ñaño.
Les hice caer en cuenta de esta situación y chico Nico
inició el lamento, pues la aclaración no podía ser recibida de otra manera;
además, puse en manos de la interesada la alternativa de decidir por su cuenta,
o dejarme que yo le dé decidiendo. Creo que aquí sí el riesgo era mayor de que
no coincida con sus intenciones.
A la final que gozamos de libre albedrío, pero no es
suficiente saber que podemos decidir, sino hacerlo y tomar el riesgo, y
enfrentar las consecuencias buenas y malas que de ello pueda devenir.
Callar por miedo a confrontar, o abstenerse
para no ser mal visto, o pasar la pelotita al otro, no cabe cuando se tiene una
persona segura de sí misma, capaz de mantener su posición.
Prefiero que mis chicos no pertenezcan a la generación
F, la de flojos, “que no parecen mostrar las aptitudes necesarias para
coger las riendas de las empresas, mercados y gobiernos del mundo. Ni lo que es
más importante: el timón de sus vidas”.
Aquí les dejo el enlace completo del artículo que me
resultó interesante:
Y destaco unas cuantas frases:
“La enseñanza más valiosa que uno puede legar a sus
descendientes es la destreza para encajar los avatares del día a día, la
capacidad para enfrentarse a los problemas (graves y menores) que se
interpongan en su camino y la habilidad para transformar las realidades
presentes en su versión más positiva. Esto exige la intervención de sujetos
instruidos”.
“Si acostumbramos a los niños desde pequeños a obtener de
forma inmediata todo lo que piden, les estaremos haciendo un flaco favor”,
“Es importante formar niños resilientes, con capacidad
para sobreponerse de los fracasos y con tolerancia a la frustración, ya que
estas competencias serán fundamentales en sus vidas adultas”.
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