Despertador a las seis, hora y media efectivas para cumplir el diario ritual matutino.
Levantar a los chicos, o más bien dicho animarles a desperezarse; lo cierto es que mi Vale no necesita arreo, pero chico Nico sí. ¿No les pasa que el último minutito en la cama es el más deseado?
Ese minutito que a veces se pasa a cinco o diez, tiene su repercusión.
Como el muñequito porfiado este pequeño en lugar de levantarse cada vez se vuelve a caer, y generalmente no acepta ayuda para vestirse, porque está tan emocionado con el uniforme escolar con sus sellos y su nombre que él mismo es quien quiere tener el privilegio de ponerse; por supuesto que esto lleva más tiempo, pero como todo es parte del aprendizaje le dejo que se tome su tiempo.
A estas alturas debería estar desayunado pero apenas está buscando los zapatos y luchando por ponerse sin desatar los cordones, tarea que a veces cumplo a la llegada al colegio. Ahora mismo en la mañana me dijo que ¿por qué no me compras zapatos como los que tiene el Sarú?, midiendo sus limitaciones me digo, porque me hace señas que los del compañerito tienen velcro y eso sí puede pegar y despegar. Habrá que esperar que éstos se le hagan huecos, que parece no va a tardar demasiado, para considerar la opción sugerida por el pequeño.
Pero sin perder el hilo de la rutina, vuelvo a donde me quedé, al desayuno que parece otra eternidad hasta que se acaben lo poco que se ha dispuesto en el desayunador. Vale cumple lo anterior sin mucho esfuerzo, pero ahora sí viene su parte difícil, el peinado; tiene un cepillo de esos que solo dejan liso el cabello por encimita, pero debajo están todos los nudos como una maraña de cables,como cuando se intenta simular el cine en casa con todos los parlantes habidos y por haber; y eso que ya tiene una actitud heroica ante el peinado porque antes sí que era el drama completo con lamentos, alaridos y lágrimas; valga decir que sí tengo cuidado en no halarle exageradamente el cabello, y tengo peinilla de dientes anchos. No se vale todos los días con el peinado superficial y diadema, porque mi Vale tiene deporte a diario y es mejor llevar el cabello recogido; mi intento de hacerle variedades de trenzas me toma de 5 a 10 minutos con su cabello de largo medio, cuando entrontramos las binchas, cabe también decir que ahora ya las encuentro, porque hasta hace poco daba con un par completo. Nico en cambio, tiene el cabello corto y rizado, lo más fácil es remojarle un poco, sacudirle con la mano engelada y listo.
Ahora sí, a embarcarse rumbo al colegio -estoy pasando por alto la parte que correponde a mi arreglo personal que a saltos y abrincos cumplo- cada uno con mochila y lonchera. En este punto ya se ha empleado el tiempo necesario y suficiente para dejar listas las loncheras nutritivas, de esas que tanto machacan en los colegios que se debe preparar. Chicos armados de mochila y lonchera, como dije a treparse a mi transporte escolar de las mañanas, entre el ¡apúrate! ¡ya me atraso! ¡ya dejaste la lochera! ¿si llevas todo?, me quedan 15 minutos en el mejor de los casos, o sea el tiempo justo para llegar al colegio, porque si me demoro un minuto más la congestión que se arma 100 metros antes de la entrada me llevan la mayor parte; y cierran la puerta, y los niños atrasados pierden la primera hora de clases.
Con tremendas amenazas cómo no voy a salir apuradísima de la casa. Ni les cuento que me paso saltando los rompe velocidades, porque perder un minuto en esta hora pico sería drástico.
Bueno apenas acaba el primer mes de clases y no nos hemos quedado afuera, solo un par de días llegamos en el último minuto, justo antes de que nos cierren la puerta.
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