Sabemos lo que es caer en gracia: ser simpático, ser del
agrado, caer bien, ser apreciado, etc, etc. Y lo que es estar fuera de esta condición, o sea, caer en desgracia; parece que
fue una situación que me pasó hace unos días con los peques.
Sin que me hayan dado indicios, los dos deciden ir con papá
dejándome de pronto sin tener a quién llevar, algo inusual porque estaba
acostumbrada a que cada adulto se haga cargo de un chico porque así se facilita
controlarles. Es común que me dejen con chico Nico, no sé por qué.
En un hecho muy normal para mí que a media hechura de
compras en el supermercado me toque salir corriendo al baño porque “quiero hagar pipí” es la frase mágica que me hace saltar de cualquier asiento y salir corriendo
llevando de la mano a mi pequeño compañero. O dejarle que elija todo lo que
le guste y ponga en el carrito para después darme el trabajo de ir sacando sin
que se dé cuenta porque de lo contrario vienen las protestas.
Entre estas y las otras me preguntaba ¿por qué la deferencia?
¿Será porque les pongo reglas? Obligo a terminar la comida, hago levantar los juguetes dejados en el piso, recoger la basura que han dejado en el piso, quejarme por los montones de ropa que dejan acumular en cualquier rincón y hacer que la pongan en su lugar, apagar la televisión, pedir que se porten bien…
Después de tomar conciencia de la situación la Vale se
ofrece a acompañarme, pero es elegida para ir con su pa, y chico Nico es
sorpresivamente puesto a mi lado; tras un par de protestas de mi pequeño todo
vuelve a la normalidad y disfruto de la traviesa compañía como suele ocurrir a
menudo.
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