Son ya un par de días que no te veo despierto al regresar
del trabajo. Me contenta apreciarte tranquilo, con esa paz que da el finalizar un
día de juegos y aprendizaje vividos a tu modo, a tu antojo, donde tú llevas el ritmo; ese del que
no puedo ser testigo diario presencial sino solo intuirlo.
Veo tus rizos y siento tu rítmica respiración, y me quedo
calma. Sé que tienes tu vida y que cada vez se va haciendo más lejana. Sé que
ahora son solo unos centímetros pero sé que irán creciendo, y guardo la
esperanza que ese estirón no sea tan rápido como el estirón físico del cual soy
testigo a diario.
No sé si me extrañaste tanto como yo a ti porque esta
modernidad nos ha condenado a ir por serpenteantes caminos paralelos
que son mis días de trabajo y tus días de guardería.
Algo de sentido de crecimiento habrá en esto, conocernos a
nosotros mismos, desenvolvernos identitariamente, y volvernos a encontrar.
Cuando el juego no ha agotado tu energía, eres quien espera
despierto mi llegada, y otras veces, como ayer, cuando el cansancio te gana y
el sueño te vence, llegas a mi lado tempranito en la mañana estiras mi pelo
hasta lograr que te mire y vea tu triunfante sonrisa.
“Muy ben”, respondes a mi pregunta de cómo estás. Me dices “Nico
mío” en espera de un abrazo y me devuelves otro mientras escucho “Mami mío”,
así con esa concordancia que identifico única en ti.
No puedo más que agradecerte este hermoso despertar, aunque
dura solo unos minutos me ilumina este día y otros días más.
Comentarios
Publicar un comentario