De trabajos infantiles

 Estoy muy de acuerdo en censurar la explotación laboral infantil, pero también estoy muy de acuerdo con enseñar a los niños desde pequeños a ser responsables y a colaborar con pequeñas actividades en la casa.

No sé si sea muy acertado pagar a los pequeños por estos trabajos, algo que he escuchado ya a varios amigos y compañeras que hacen con sus hijos, darles una determinada cantidad de dinero por tender su cama, por arreglar su cuarto, por ayudar a poner la mesa y recoger los platos, etc, etc., todo con la finalidad que el pequeño ahorrador después de varias semanas de labores tenga un reconocimiento (económico) y se pueda dar agún gusto como adquirir tal o cual juguete o tener una diversión adicional o satisfacer algún caprichito adicional.

Por ahora los míos no tienen noción del valor del dinero, algo del trabajo pero de sus padres porque sienten que deben quedarse solos todo el día para que papá y mamá tengan dinero para comprar las cosas que necesitamos; hasta ahí llegamos por ahora.

Hay otros chicos que no deben esforzarse para conseguir dinero y consentirse porque saben que se acerca su cumpleaños y avisan a todos los invitados que no les den regalos sino dinero; con eso se arma una colecta, y listo: capricho satisfecho.

Pero también hay otras situaciones en que el trabajo sí se vuelve una necesidad hasta para los menores de edad, hace poco se acercó a mi oficina un joven con su hoja de vida dispuesto a que lo contrataran, llegó a cursar décimo de básica y con alguna experiencia en comercialización (volanteo) y servicio al cliente (mesero). Sé que las leyes protegen a la niñez y adolescencia y dar un trabajo formal a este chico sería incumplir leyes y acuerdos nacionales e internacionales que protegen a niños y adolescentes, pero pienso que hay mucha dignidad en saberse capaz de ayudar formal y legalmente a la propia familia que pide a gritos apoyo económico.

Viene a colación algo que tuve la ocasión de vivir en mi infancia. Las vacaciones, esas tan ansiadas por los escueleros se volvían un tanto tediosas y problemáticas para los adultos al tener todo el día en casa a los guaguas que solo hacen travesuras, y mientras más se juntan más travesuras son capaces de hacer. Mi papá en su sabiduría no tardó mucho en hablar con el sastre de la esquina y el amigo mecánico, así mi hermana era operaria de sastrería y mi hermano aprendía mecánica, mientras que la suscrita ayudaba en las labores de la casa. No con tanta aprobación demi mamá se iban cumpliendo los días con la tranquilidad en el hogar y los chicos haciendo algo útil.

Acabadas las vaciones y, la una después de haber cortado algunos pantalones, y el otro con las manos ásperas de tantas lavadas en disolvente fuerte para quitarse la grasa, recibieron su recompensa, ellos tuvieron sus veinte o más sucres de pago mientras que a mí no me dieron nada por el trabajo hogareño. A más de que este trabajo desde siempre no ha sido reconocido, me queda la incertidumbre de la recompensa, ¿son buenas solo las gracias y los reconocimientos verbales o el dinero es lo importante? 

Lo cierto es que este recurso es impresindible para vivir con algo de tranquilidad, aunque a unos nos cuesta más que a otros, obtenerlo.


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