Desde que era pequeña me gustaba la idea de tener uno que otro muñeco, en especial los de trapo meciéndose en columpios que se descolgaran desde el tumbado de mi habitación.
Ahora que tengo la posibilidad de influir en algo en el cuarto de la Vale, se me ocurrió ponerles brazaletes en la espalda de los pequeños ositos de trapo para que graciosamente queden suspendidos sobre la cama, y uno que otro muñeco de tamaño más grande en lo alto de la repisa donde no los pueda alcanzar porque seguramente quedarían no solo sucios sino llenos de colgaduras entremezcla de cintas, piolas, binchas y otros adornos personales que aparecen anudados a los cuellos de otros muñecos que sí están al alcance de mi pequeña traviesa.
Lindo quedó -me dije-sin que esto hubiera causado mucho alboroto. La polémica vino después de varios saca y pon; la chica saca los muñequitos de trapo de sus lugares y los deja abandonados por aqui y allá, y yo los vuelvo a poner en su lugar. Una, dos, tres y más veces hasta que llegó la queja sesuda: "Son juguetes, no adornos y yo quiero jugar con ellos".
Ni qué decir ante tal reflexión, ahora es cuando hay que darles uso a estos muñecos que seguramente pronto van a quedar solamente suspendidos en el aire o aisaldos en una alta repisa atrapando el polvo de los años, o hasta que otra inquieta niña tenga el ánimo de despertarlos.
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