Privilegio de pronta atención



No siempre se cumple que me hagan pasar primerita a la ventanilla del banco o del SRI, o de cualquier otra oficina de servicios; y eso que llevo mi evidencia a cuestas. Si la fila demora un poco, cosa que ocurre a menudo ya tengo a mi traviesa corriendo por todos los pasillos, subiéndose las gradas, metiéndose bajo las cajas y encontrando miles de cosas curiosas para ella, algo que no siempre agrada al menos a los dueños de locales y oficinas. Y eso con solo unos minutos de espera.
Solo imagínense lo que pasa cuando esto se prolonga y debo permanecer una hora o más en estos trámites. No faltan los gritos, el arrastre por el piso ensuciándose el vestido nuevito que le puse, o los raspones en las rodillas porque de pronto se cayó. De nada vale que le saque todo lo que llevo en la cartera para entretenerla porque su interés no es estático simo muy móvil, y aprovechando de las dimensiones y agilidad de su cuerpo cabe en todo lugar donde no alcanzo ni a sacarla.
En todas estas circuntancias cómo no vamos a quejarnos las mamás cuando algún vivo se cola, o se vale de no se qué argucias para pasar de largo, o para ocupar un lugar donde se señala solo para mamás embarazadas o con bebés en brazos. O cuando después de dar mil vueltas por el estacionamiento del centro comercial encuentran que un hombre, sí dije bien, un hombre, sale campante del lugar reservado a las embarazadas.
No es queja, pero es cierto. Me ha pasado no solo una vez.

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