El espanto


Como mi Valentina no quiere comer mi mamá dice que puede estar espantada, que ahí los niños dejan de comer, así que me propuso curarle el espanto. ¿Cómo? Facilito, soplándole “puntas” en la espalda y el pechito a la vez, recitando antes un pequeño sermón. No había puntas pero encontramos una cachaça, válida para el efecto, y manos a la obra, cumplimos el pequeño ritual.
¿Y el susto?, pues nada, la enana solo nos vio sorprendida y después de unos segundos se puso a reír. Nada de validez en esta ocasión para estas curas.
Pero hace más o menos un año “la limpia” sí le sirvió. Es que se nos ocurrió ir de paseo a la selva, y en una caminata ya por la tarde con un guía nativo, se puso a llorar sin que haya forma de consolarla. Salimos hasta el bote y algo se calmó, pero apenas llegar a la cabaña seguía llorando. El mismo guía fue a recoger unas ramas para quitarle el “mal aire”, pero no fue suficiente; entonces otro chico fue a la cocina y vino con un huevo, no sé qué plegaria haría pero le pasó por el cuerpito varias veces, acudió tambin en nuestra ayuda otra persona con un frasquito de agua bendita de siete iglesias que su mujer le había conseguido para que se proteja de las malas energías. Tanto esfuerzo surtió efecto, al poco rato mi peque dejó de llorar y se quedó profundamente dormida.
Con o sin fundamento científico estas curas tradicionales son efectivas. Por si acaso mi Valentina tiene desde que nació su pulserita de corales rojos, todo es válido al momento de protegerla de las malas vibras, y esto no le hace el mínimo daño.
Y para que se den cuenta no soy solo yo la que hace esto, solo vean a los babies de sus amigas o vayan a las ferias artesanales donde se venden estos y otros amuletos. Se sorprenderán de cuántas personas los adquieren.

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