
Acostumbro llevarla donde voy incluso a mis clases de baile que soporta dando vueltas por la pista, caminando alrededor del lugar o a veces, dormida. De vez en cuando se pone frente a mí y pide que la levante. Todo sobrellevable, pero esta vez se sobrepasó. No quiso quedarse sentada, ni acostada, ni caminar ni correr, se abrazó a mi pierna sin soltarla; no me quedó más que sentarme y ponerla sobre mis piernas mientras disfrutaba la clase solo con la mirada. Una vez más calmada intenté dejarla de pie, algo que protestó fervientemente a gritos y para hacer más dramática la cosa se acostó en el piso y comenzó a gritar más sin querer que nadie se le acercara, porque varias chicas lindas querían consolarla o hacerle sonreír.
Incluso una señora vino a preguntarme si le había pegado oyendo la intensidad del lamento; algo que por supuesto no hago, simplemente porque no creo en el castigo con agresión física. Aún cuando la levanté con cuidado y tranquilidad seguía con su pataleta. Finalmente tuve que salir corriendo de mi clase.
¿Por qué se porta así?, me pregunto, si ya durmió, comió suficiente, estuvo tranquila conmigo en el camino a la clase.
A lo mejor no le gustó la música.
Ya en la casa le hablé claro de su comportamiento, me escuchaba con la mirada a un lado. Y durmió toda la tarde para reponer la energía perdida, y sin más se despierta sonriente y me abraza. ¡Todo arreglado!
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