
Sí es verdad que los juguetes, y sobre todo los animalitos, porque eso es lo que más tiene, aparecen por todos lados: debajo de las camas, en la tina, en las mesas, en los cajones, en el camino…
Pero quiero referirme a otros animalitos, así dichos en diminutivo para denotar más cariño, porque le doy todos los nombres a mi Valentina.
Cuando se levanta generalmente tiene el cabello algo levantado, parece entonces un pollito.
Cuando está comiendo se lleva el vaso de jugo a la boca, entonces se convierte en mi pajarito.
Si de los abrazos se trata, de esos con grandes brazos abiertos para cerrarlos después cerca de su cuello, es un osito.
Se pone de cuclillas con un equilibrio increíble, los pies firmemente posados sobre el piso con las piernitas dobladas como un sapito.
Y cuando está bravísima, algo que ocurre casi siempre, hace trompita de elefante. A veces camina moviéndose a los lados, como meciéndose, igual que un patito. Igual que un perrito no suelta el hueso de pollo a la hora de hambre.
Y esto solo para poner algunos ejemplos de animalitos simpáticos, pero ocurre que también le atribuyo algunos nombres que si me pongo a pensar en su imagen, no son para nada agradables. Caen en esta categoría los cariñosos: piojito, bichito, ratoncito, sapito. Claro que con el ‘ito’ quedan dulcificados pero no dejan de ser algo antipáticos. ¿Por qué los usamos?
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