365 días sin dormir


No es que me he pasado en vela tanto tiempo, sería imposible; pero lo que es cierto es que no he dormido una noche completa, sin despertarme ni una vez. El oficio de ser mamá cambia los esquemas: ya no hay fines de semana de farra, noches de cine, ni siquiera la visita sola a una amiga por varias horas. Pero no es una queja, nada hay más placentero que escuchar una infantil carcajada porque cayeron unas llaves, o recibir un abrazo que apenas llega a darme la vuelta al cuello, o escuchar un mmaa mmaa.
Desde que Valentina nació esperaba que con los meses la situación cambiara, claro que nos hemos ido adaptando a horarios diferentes de etapas de sueño y juego, sí fue más fácil dormir con ella cuando era más pequeña porque conforme va creciendo todo le llama la atención y ya no quiere dormirse. Ponerle horario no ha sido fácil, al menos en mi caso, lo que menos me gusta es dejarla llorar por más de cinco minutos, tiempo máximo que las expertas nanas del programa de niñeras del cable así lo recomiendan; tampoco la rutina de comida-baño-masajes ha dado buenos resultados, quizás falte constancia, pero nada hay mejor que levantarla y darle un gran abrazo, reír con sus gracias, sus aplausos, sus palabras dichas a medias, escuchar con calma sus reclamos (gritos), ponerle el vestido en una lucha por hacer que los brazos salgan por las mangas y no por el cuello. Un año es un año y el aprendizaje es mutuo y aunque sé que apenas empieza el camino, es el primer paso dado.
Por ahora nos merecemos un abrazo.
¡Feliz Cumpleaños Valentina!

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